31 oct 2015

Mantenerse hasta que cambie el paradigma

La noticia de que la Organización Mundial de la Salud recomienda no comer carnes rojas ni procesadas me pilló comiendo un bocadillo de jamón. Tras sopesarlo unos segundos, seguí masticando hasta terminármelo del todo y chuparme los dedos.
Nos hemos ido acostumbrando a que los medios de comunicación nos suministren quebraderos de cabeza como que los Polos se derriten, el planeta se recalienta o Cataluña se va a separar de España. Sumados a la sensación de irrealidad que proporcionan las pantallas digitales, cualquier catástrofe pierde dramatismo enseguida. Sobre todo porque, tras la primera andanada, la que te hace temblar las rodillas, todas las noticias tienden a matizarse o a desaparecer directamente. Hasta la ceñuda jornada de todos los difuntos, llena de cementerios y flores fúnebres, se ha convertido en una fiesta infantil con calabazas. La misma O.M.S., al comprobar que la había liado, ha corrido a explicar que lo suyo es un informe todavía incompleto. Ya nos sonaba que la carne roja era mala y que convenía reducir el consumo de carne a un par de veces por semana en vez de comerla todos los días. Aunque también, paradójicamente, que es necesario comer carne porque tiene proteínas y vitaminas que nos hacen falta para estar bien. Resulta curioso que otros informes de la O.M.S. como que los chavales de 7 a 17 años deberían hacer ejercicio vigoroso una hora diaria o que los adultos deberían ejercitarse 150 minutos semanales, divididos al menos en tres sesiones, pasen desapercibidos hasta para el Ministerio de Educación. Nuestras leyes llevan décadas manteniendo a los chavales sentados cinco horas, eliminan la asignatura de Educación Física en segundo de Bachillerato y la erradican totalmente cuando el alumno cumple 25 años. Se comprende que están esperando la contranoticia: que la O.M.S. descubra que hacer ejercicio es malo. Nosotros, cuando se nos pase el susto, haremos igual: seguiremos comiendo jamón y carne despreocupadamente hasta que descubran que es mejor comerlos que no comerlos. Encima disfrutaremos con la sensación de estar haciendo algo prohibido. Al fin y al cabo la salud es invisible para el sano.

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