5 nov 2015

La malsana obsesión con los sondeos

Lavarse las manos continuamente o comprobar una y otra vez que cerramos la puerta con llave. Y en vez de estar en lo que estamos, estar con la mente en otro sitio preguntándonos si hemos apagado la cocina.
Son síntomas de neurosis obsesiva. Todos hemos experimentado brotes, pero parece que solo son preocupantes cuando nos impiden funcionar con normalidad. De pequeños, en vez de estudiar, lanzábamos una moneda al aire para resolver una apuesta con nosotros mismos: si salía cara, aprobaríamos. Y como salía cruz, repetíamos la tirada porque la vez anterior no había valido. Así, hasta ver salir lo que nos convenía. Pero tampoco quedábamos satisfechos, porque había un desequilibrio muy grande a favor de las veces que había salido cara, de modo que seguíamos lanzando la moneda hasta que venciera el número de veces que había salido cruz. Había quien deshojaba una margarita para saber si su amor era correspondido. Si los pétalos le daban calabazas, siempre cabía la posibilidad de haberse equivocado de margarita. Se podía probar con otra. Y con otra. Son brotes individuales. Pero también existe la neurosis colectiva. En los últimos meses, esa obsesión de realizar encuestas sobre las preferencias de voto de los españoles. Cada semana aparece una nueva en las portadas, y se analiza en radios y televisiones como si fuera definitiva: “Si las elecciones se celebraran hoy, ganaría tal partido, y tal otro subiría tanto, y el de más allá bajaría cuanto”. Proliferan las explicaciones, y se les pide valoración a los políticos, y hasta se discuten con encono. Es como si estuviésemos votando todas las semanas. Solo que sin votar. Como si el objetivo de las encuestas no fuera tanto averiguar la intención de voto como irla cambiando poco a poco, sondeo a sondeo, moldeando la voluntad de los indecisos. Pero el caso es que no votaremos de verdad hasta el 20 de diciembre, y en ese momento quedarán invalidadas todas las encuestas. A mí aún no me ha preguntado nadie sobre mi intención de voto. Y si me preguntan, mentiré, por supuesto. Nunca Borges ha llevado tanta razón. Nunca la democracia ha sido tanto un curioso abuso de la estadística.

No hay comentarios:

Publicar un comentario