24 jul 2015

Buscando un árbol con nombre propio

Estos días, colaborando con Vicente Benlloch en su libro sobre árboles singulares de la provincia, me he dado cuenta de que no hay un árbol al que pondría nombre propio. Planté un pino, o dos o tres, porque había que hacerlo. Como escribir libros y tener hijos. Pero los pinos los perdí de vista enseguida. No tengo ni la más remota idea de dónde paran. En cambio sé que desaparecieron las moreras a las que iba con mi padre a recoger hojas para los gusanos de seda. Y también un olmo enorme que estuvimos viendo una madrugada entera, mientras caminábamos a La Marmota. Ocurrió en la adolescencia. Parecía que no íbamos a llegar nunca a su altura. Nos sirvió de guía y estímulo. Pero llegamos. Y quedó atrás para siempre. El otro día me di cuenta de que ya no está.