Los tableteos de los kalashnikov y las personas bomba de
París no desataron nuestro miedo de forma inmediata. Primero quisimos saber qué
estaba pasando, ya que las primeras informaciones fueron tan atropelladas y
dispersas que desorientaban más que ayudaban. El periodismo se ha tenido que
adaptar a nuestro afán de sincronía, de querer estar en nuestra vida y al mismo
tiempo en el lugar de la noticia. Por eso lo primero que nos sirve es confusión:
el ruido de las explosiones, las sirenas, las quejas de los heridos, las
evoluciones de la policía a la que persiguen los camarógrafos, por cierto
temerariamente. Antes de que nadie pudiera asimilarlo, cuando todavía las
piezas del rompecabezas estaban buscándose para encajar sobre el tapete, los
tertulianos ya adelantaban sus conclusiones. Esa es otra de las características
de la prensa actual: hay un grupo de enterados que medran emitiendo opiniones
antes de haberse estudiado los temas, antes de conocerlos, analizarlos y
dominarlos. A veces incluso se les presenta como expertos, para justificar su
presencia y reforzar lo que dicen. Y lo que dicen son demasiadas veces barruntos
unánimes, como si obedeciesen a una misma consigna. Las intuiciones de estos
oráculos nos situaron en una guerra abierta contra ISIS en la que salíamos
perdiendo. Como los medios compiten por ser los más seguidos, y como el morbo
vende, proliferaron los mensajes alarmistas hasta desatar una epidemia de
pavor. Es cierto que el terrorismo es un fenómeno imprevisible. Pero también es
cierto que este terrorismo lo han creado las armas e incluso el entrenamiento
de los ejércitos occidentales, y es cierto que crece gracias a que no se les
dejan salidas dignas, ni siquiera como refugiadas, a las personas que viven
donde está el petróleo que todos se disputan. Pero, más que los ataques de Mali
o de París, lo que nos está matando es que la mitad de los españoles siga en paro,
que los que trabajan no tengan un sueldo digno y que los que gobiernan digan
que esto va mejorando y que hay que seguir así. Esa es la guerra que estamos
perdiendo. La perspectiva de que eso no cambie, esa sí que da pánico de verdad.
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