11 sept 2015

Reencuentro

He oído muchas veces que el Recinto Ferial está desaprovechado, que es un derroche mantener un edificio solo para diez días al año, que habría que buscarle alternativas. Pero todos los proyectos que han intentado ampliar su utilidad han resultado efímeros cuando no fallidos. Desde 1783 el Recinto Ferial ha hecho honor exlusivo a su nombre. Por eso repetía tanto Juan José García Carbonell que Albacete quiere tanto a su Feria que le ha puesto casa. Y ese desajuste entre la intensidad de unos días y el vacío del resto del año acaba creando un fenómeno psicológico exclusivo de los albaceteños, los únicos que experimentamos esta singularidad.
Estamos hartos de decir que la Feria es el lugar de los reencuentros. Vamos caminando entre la apretada multitud, mirando al suelo para no pisar a nadie, y de pronto nos topamos con el amigo de todos los años, al que solo vemos de Feria en Feria. Y quien dice al amigo, dice a los amigos, al que está viviendo fuera, en un pueblo de Valencia, en Gijón, o en el extranjero. Pero también a quien vive como nosotros en el mismo Albacete y durante el resto del año se mueve por circuitos que no tienen absolutamente ningún punto de intersección con el nuestro. Ni siquiera hace falta que se materialice un encuentro, lo que de todas maneras es casi imposible. Con plantarse ante la Puerta ya nos entra el temblor. Cierto que es fácil confundir el temblor interior con las sacudidas del huracán de decibelios y la fuerza del gentío que arrastra en volandas hacia direcciones aleatorias. Allá por donde transcurres hay un recuerdo encendido, una vivencia, un stand al que le han cambiado el nombre, nuestra propia imagen hablando con alguien que nunca volverá, el paseo por el círculo de los juguetes con el abuelo. Terminamos reencontrando al que fuimos, a las distintas fases del que fuimos, en un retorno espiral que siempre desemboca en el origen, en la primera vez que la música, la gente, las luces y los nervios nos desvincularon de nuestro cuerpo, que seguía andando solo. De pronto nos sentimos fuera del presente, en algún lugar en donde no transcurre el tiempo. Es allí donde volvemos todas las ferias. 

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